Los estudios citogenéticos de malignidad se han convertido en una herramienta esencial en el tratamiento clínico de los pacientes con cáncer.
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La citogenética se ha convertido en una parte esencial del diagnóstico y tratamiento de las neoplasias malignas hematológicas y su utilidad en el tratamiento de ciertos tumores sólidos es cada vez más reconocida.
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La citogenética se ha convertido en una parte esencial del diagnóstico y tratamiento de las neoplasias malignas hematológicas y su utilidad en el tratamiento de ciertos tumores sólidos es cada vez más reconocida.
En 1960, Peter Nowell y David Hungerford descubrieron la primera anomalía cromosómica asociada con el cáncer utilizando la citogenética (Nowell y Hungerford, 1960). Específicamente, identificaron un cromosoma diminuto anormal que estaba presente en pacientes con leucemia mieloide crónica, una forma de cáncer que causa el crecimiento ilimitado de células mieloides en la médula ósea. Nowell y Hungerford llamaron al cromosoma diminuto el cromosoma Filadelfia, y se presume que la alteración asociada con este cromosoma es una eliminación. Más tarde, en 1973, Janet Rowley utilizó nuevas técnicas citogenéticas, a saber, fluorescencia de quinacrina y bandas G, para examinar los cariotipos de los pacientes, y al hacerlo, descubrió que el cromosoma Filadelfia se formaba a partir de una translocación específica de ADN entre los cromosomas 9 y 22. Esta translocación acortó el cromosoma 22 para formar el cromosoma Filadelfia (Ph1), mientras que simultáneamente alarga el cromosoma 9 (9q +), como se muestra en la Figura 1 (Rowley, 1973). Pero, ¿cómo este reordenamiento de ADN desencadena la leucemia? Resulta que la translocación conduce a la formación de un gen anormal y fusionado llamado bcr-abl, que codifica una nueva proteína aberrante. Esta proteína anormal funciona como una molécula de cinasa, que es constitutivamente, o siempre activa, y puede, a su vez, activar el control del ciclo celular, proteínas y enzimas (Trask, 2002). Esto interfiere con la regulación del ciclo celular normal y permite que las células que expresan la proteína aberrante se dividan más rápidamente. Tal crecimiento celular no restringido puede resultar en cáncer.
La presencia del t (9; 22) (q34; q11) o del cromosoma Ph en la CML ha sido reconocida desde 1960 como un sello de la enfermedad y muchas otras anomalías se han descrito en ANLL y síndromes mielodisplásicos, algunos de los cuales indican condiciones favorables y otras pronósticos desfavorables.
Desde el descubrimiento de este reordenamiento cromosómico particular, se ha determinado que miles de otras aberraciones cromosómicas están asociadas con el cáncer (Mitelman, 2005). Estos cambios cromosómicos son la firma de la desregulación de genes en el cáncer y conducen a la inestabilidad del genoma (Albertson y Al., 2003). Los cambios cromosómicos son muy variables en diferentes cánceres, y los efectos fenotípicos resultantes son igualmente variables.
Los cambios citogenéticos específicos en la LLA también predicen la supervivencia y pueden influir en la elección del tratamiento, y estudios recientes han indicado algunos marcadores de utilidad pronóstica en el LNH. En tumores sólidos, los cambios cromosómicos proporcionan ayuda para el diagnóstico, p. Ej. t (11; 22) en el tumor de Ewing y puede predecir el resultado como en presencia de amplificación de N-myc en el neuroblastoma, lo que indica un pronóstico desfavorable.
Las nuevas técnicas en citogenética, como la hibridación in situ cromosómica no radioactiva, permiten la detección de células en interfase para detectar la presencia de anomalías cromosómicas numéricas y aumentan la sensibilidad de la citogenética para detectar la enfermedad residual mínima después del tratamiento y en muestras con pocas células en división. Estos métodos también pueden determinar el estado de injerto y remisión después del trasplante de médula ósea.
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